“LLORAN….LLORAN LOS OCOBOS”
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Parque de Bolívar Ibagué |
Parodiando la bella canción del maestro Villamil, titulo esta nota frente al lánguido cumpleaños 460 de nuestra flamante capital musical.
Y es que desde el balcón de mi apartamento en el Barrio Belén, sentí que en este aniversario, nuestro árbol insignia de Ibagué, originario de América, al que se le conoce con los nombres de flor moraqo, guayacán lila, guayacán rosado y roble morado que en Colombia crece hasta 1600 msnm, especie escaducifolia, que renueva su follaje por lo menos dos veces al año siendo precisamente cuando las hojas son reemplazadas por flores de color rosáceo, derramaba lágrimas de tristeza por el abandono de su ciudad.
Y tras el llanto silencioso, sutil pero sincero de los ocobos, rememoraba cómo a la llegada de los conquistadores encontraron una población aborigen aguerrida que defendieron su territorio con tenacidad, los llamaron los Pijaos, y que el 14 de Octubre de 1550 el Capital español Andrés López de Galarza, la fundó con el nombre de Villa de San Bonifacio de Ibagué del valle de las Lanzas, en el sitio donde hoy se ubica el municipio de Cajamarca, luego por el acoso de los indios Pijaos se trasladó al sitio de hoy.
Recordaba también, cómo durante la colonia se disputaron el poder las ciudades de Mariquita y Honda. Entre los años 1857 y 1887 y que luego se trasladaron las disputas por el poder a Natagaima, Purificación, Guamo, Ibagué y Honda, llegando cada una a ser capital. Más tarde en 1854, durante el gobierno de José María Obando, Ibagué llegó a ser momentáneamente la capital de la república. Después de esto y por la migración antioqueña, la ciudad fue creciendo rápidamente, y en 1887 se escogió como capital del Tolima Grande y desde 1905 es la capital del departamento.
Y me decidí a preguntar en voz alta y resonante a los Ocobos…el por qué de su llanto, respondiéndome que en toda su existencia y la de la ciudad que los acoge, jamás se había visto corrupción tan rampante, ni desgobierno total, como el actual. Su llanto se debía además a la inactividad de sus moradores, pues a pesar de arroparlos y deleitarlos con su florecer hermoso, nada se hacía para que cesara la horrible noche de una administración nefasta, que arrasó a la urbe y la atrasó más de 50 años en comparación con ciudades similares, afirmándome además mi árbol vecino, que sentía deseos de emigrar al Quindío, a Risaralda o a Caldas, en donde sí se amaba su región y no se permitían desafueros como los que aquí padecemos, con gobernantes foráneos, ignorantes, autistas, que sólo piensan en su propio provecho.
Les rogué haciendo de tripas corazón que no nos abandonaran, ya que pronto…muy pronto tendríamos nuevos mandatarios, oriundos de la región, que amaran tanto a su ciudad, como a esos árboles cuyo color sólo inspira ternura y añoranza.
Lamentablemente no pude contenerme y al unísono, lloré con los Ocobos, porque desafortunadamente tienen toda la razón. Mi Ibagué, la de la brisa suave del Combeima, la del canto del bambuco y la guabina, tierra de ensueño y de amor, solar abierto al mundo, como le cantara el poeta, la del conservatorio, la de gente altanera y valiente como lo fuera ayer en la remembranza de su historia, no tiene motivo alguno para celebrar -por lo menos- este aniversario.
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