
En Natagaima, en Coyaima, Chaparral, Guamo, Purificación, Prado, en el Espinal, o en Alvarado, en el Líbano, Anzoátegui o en Armero, se siente igualito. Es un solo golpe acompañado del sonar de la tambora, los tiples, guitarras y bandolas, que nos hincha el espíritu de emoción. Y allí, todos a uno como Unamuno, nos identificamos, colocándonos el sombrero, el poncho y el rabo e gallo, como tolimenses, como hermanos, vamos en busca del tamal, la lechona, el viudo de pescado, el sancocho o el bizcochuelo degustándolos al tamborilear de las bandas papayeras que nos hacen vibrar con el aguardiente de caña o la mistela.
Eso es lo realmente hermoso...y cuando vemos a las gentes acompañar a sus reinas con sus comparsas autóctonas, solo pensamos en solidaridad, folclor y hermandad.
Por eso las fiestas jamás se pueden acabar....son la única oportunidad donde todos nos amamos. Se le olvida a uno que Chucho está de viaje y que quien manda es la rubia Mirella...y entonces se baja la guardia frente a la defensa de la corrupción que nos corroe.
¡Qué carajo....por ahora vamos a San Juanear o a Sanpedrear...aunque con nuestros impuestos quieran festejar¡
Y cuando despertemos de estas celebraciones tan hermosas....los mecenas que dicen gobernarnos regalan carro caro a su gestora...y tienen mansiones a punto de construir en Calambeo a costa de quienes se gozaron las fiestas. Pero de todas formas con o sin los órganos de control hay que gritar.... ¡iiiiii San Juan....!
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